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Foto del escritorSandra Abella

ÍNSULA, EN EL OCÉANO DE NUESTRAS EMOCIONES


La ínsula es una importante región del cerebro que se encuentra implicada en múltiples funciones: parece tener una gran relación con las emociones básicas como el amor, la tristeza, el odio o la felicidad. Además, tiene un papel muy importante en cuanto a la regulación del cuerpo para conseguir la homeostasis y su implicación en la percepción de conciencia de nosotros mismos y de las experiencias emocionales subjetivas, es otro de sus papeles más destacados.

Se llama ínsula porque tiene una forma muy parecida a una isla y esta debajo de la corteza cerebral, oculta pero conectada con todo el cerebro. Es el lugar donde llegan y de donde parten todas las conexiones.

Esta ínsula también se encuentra conectada con otras estructuras como el corazón o el intestino, que son órganos, que a pesar de que están fuera del cerebro, la ínsula también se comunica con ellos.

La cuestión está, en cómo es posible que dos estructuras tan diferentes la ínsula, que es pura neuronas y el corazón que es puro músculo, se puedan comunicar… ¿Cómo lo hacen realmente?

Pues es relativamente sencillo. El corazón tiene grupos de neuronas, a las cuales llegarán los estímulos del cerebro. Por lo tanto, corazón y cerebro funcionan como un sistema, de ahí la relativa complicidad de todo aquellos que pasa por nuestro corazón, es guiado por nuestra mente...frase mítica “haz lo que dicte tu corazón”.


La ínsula funciona como un centro integrador de diferentes sistemas como el autónomo o el sistema audiovisual. Esta región cerebral tiene una fuerte implicación en los procesos emocionales, de autoconciencia e incluso en procesos del lenguaje, gustativos y olfativos.

Se afirma que la ínsula está implicada en procesos emocionales tan importantes como el amor materno, el amor romántico, el miedo, la tristeza, la felicidad, la empatía o la excitación sexual.


Su parte anterior derecha se activa cuando las personas establecen conciencia sobre su propio cuerpo, como por ejemplo al escuchar los latidos de su corazón. Además, se implica en el control de la presión arterial, particularmente durante el ejercicio, la medición de la temperatura corporal, las sensaciones abdominales y de la vejiga.


También posee gran papel en la capacidad de sentir y medir el grado de dolor e incluso se la relaciona con el sentimiento de empatía ante el dolor ajeno.

Su zona anterior está muy implicada en el procesamiento de ciertas emociones sociales, como la empatía e incluso el orgasmo, así como el disgusto ante las injusticias o ante la apariencia física y el olor de otras personas.


Por su funcionabilidad tan alta, daños o cambios en esta zona cerebral pueden ocasionar diferentes consecuencias, como deterioro de la capacidad comunicativa y lingüística, trastornos de ansiedad, anorexia nerviosa, falta de libido, apatía e inhabilidad para diferenciar comida fresca de comida en mal estado.

Las personas que padecen un daño severo en la ínsula son el claro ejemplo de un ser humano completamente desvinculado de su entorno e incluso de sí mismo. En estos casos, tendríamos a una persona caracterizado por una apatía profunda, alguien carente de empatía, incapaz de disfrutar de cualquier aspecto de la vida e incapaz incluso de experimentar “asco”.


La ínsula es una especie de directora pasiva que mantiene los movimientos básicos para la supervivencia como la motilidad gástrica, el acto de tragar al comer, el movimiento de las manos y ojos o incluso la regulación de la frecuencia cardiaca durante el ejercicio.




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